Un nuevo ciclo olímpico se
cumple, esta vez tocó el turno para Rio de Janeiro. Un entorno complicado en lo
político y en lo social. Cada vez es más evidente que, prácticamente en todo el
mundo, existe un abismo entre la gente
común y corriente y las personas que están en el poder. Son dos mundos
completamente diferentes y en Rio, me parece, se puede apreciar perfectamente.
La organización de las presentes olimpiadas generó grandes malestares entre la
población brasileña debido al exceso de dinero invertido en el proyecto,
mientras que la pobreza en el país continuaba avanzando a pasos agigantados; el
gobierno en turno no pudo esconder los graves problemas de falta de dinero en
sectores básicos como seguridad y transporte y sobre todo la fuerte crisis política
por la que atraviesan los brasileños fueron noticias que le dieron la vuelta al
mundo.
Durante el arranque de las
competencias los atletas se quejaron fuertemente de las malas condiciones en
las que encontraron la villa olímpica: falta de agua, luz, etc. Durante las competencias
acuáticas la fosa de clavados cambio de color y ¡se volvió verde!, salió a
relucir problemas en el mantenimiento y no hubo manera de ocultarlo. A pesar de
todo, los juegos nos han dado grandes emociones, hemos sido testigos de hazañas
que perdurarán en la historia. Yo no podría saber a qué se debe el éxito de las
olimpiadas de Rio, dudo mucho que se deba a la gestión que han realizado los
dirigentes, me inclino a pensar que los buenos resultados son generados por la población
en general, la gente común y corriente que hace posible que la magia de esta
gesta llegue a todos los rincones de nuestro mundo globalizado.
El abismo que existe entre el
mundo de los poderosos y el mundo del resto de la gente es irreconciliable. Los
primeros viven su propia realidad, un mundo donde todo está bien, convencidos
de que hacen las cosas de manera adecuada. El resto de nosotros vivimos una
realidad completamente diferente, donde vemos que los beneficios nunca nos
llegan, somos excluidos de las decisiones más importantes, nuestra opinión no
cuenta, mucho menos importan nuestros sentimientos. Y sin embargo, durante los
juegos olímpicos, renace la esperanza de que somos una comunidad global, que
podemos hacer grandes cosas juntos y en beneficio del bien común. Los juegos olímpicos,
en mi opinión, nos ayudan a reconciliar al menos durante unos días las grandes
diferencias que existen entre las clases privilegiadas y el resto de los
habitantes del mundo.
Me gusta pensar que en el futuro,
finalmente encontremos la manera de eliminar nuestras diferencias y la
humanidad consiga desarrollar una sociedad más justa para cada ser humano. Pero
mientras ese futuro llega, disfrutemos del cierre de este ciclo olímpico en
Rio.